martes, 24 de diciembre de 2013

la alegria

             
  LA  ALEGRIA

                 Cuento de Emilio Salazar R.- Caracas, 03 de mayo de 1987.
   
---Ja, ja, ja, jaaa---reía rebosante de gozo un joven con su carita inocente de nunca haber hecho ninguna rubiera, frente a un niña de apenas diez años más avispada que abeja africana defendiendo sus predios, que con su rostro también inmerso en un ingenua sonrisa, comprendía mejor que el niño, que ella sería la dueña de su propia felicidad, en el “Arenal” que era la bodega-bar de su padre Rosario Espinal, quien lo bautizara por comprender que eran pepitas de…oro, que pudo haber llamado “jardín de las flores” o el “paraíso del edén”, pero al ver casi a diario su Astrid después de bañarse en el río descansar revolcándose contenta en la restinga del montón de arenas  acumulada disfrutando de la tanorexia, se dijo para sí mismo se llamará “El Arenal” y así quedaría hasta el día de hoy.  
---Hasta en la tristeza hay algo de alegría.
   El apuesto mozalbete era Javier que en sus l7 años se dispondría abandonar lo silencioso pantanos de la Rinconada donde su progenitor Mariano Fermín con las ranuras de los dedos de los pies llenos de niguas con quijones negros, juanetes morados y tobillos en anillos coronados que reventaba con  la punta de un clavo oxidado por lo que tenía que echarse querosene o limón para que no yedieran, mitigando su dolor. Había venido huyendo de Carúpano expulsado por la pobreza familiar, pero enamorado del valle tan pronto pisara su tierra a los l6 años, atravesado nada menos que por tres ríos de diferentes caudales, le advertía todos los días al levantarse que tenía de abrirse camino porque donde vivía con su numerosa prole no tendría oportunidad y terminaría como Serafín, Andresote y Néstor jalando machete para el apátrida Luis Daniel Beauperthuy dueño de toda la tierra y el trapiche de la región, quien arribara al país a mediados del siglo 19, en 1834 estaba en Maturín y 1842 se casaría con Ignacia Mayz en Cumaná, dedicado a investigar la fiebre amarilla, el mosquito trasmisor, el cólera y la lepra, sus hijos se convertirían en crueles geófagos latifundistas acabando con legiones de araguato en los predios de la Rinconada. Es una desgracia de los venezolanos de elevarle pedestal a cualquier naufrago que pisa nuestras tierras desconociendo sus ancestros, es una traición que pagamos muy caro, con nosotros no sucede igual en otras latitudes. Por lo que a sus 15 años tomaría sus bártulos y en plena madrugada antes de comenzar las lluvias de mayo abandonaría la casa, despidiéndose de la difunta madre frente al retrato de la repisa del cuarto paterno que siempre lo bendeciría donde quiera que estuviera. Astrid era la niña que con solo diez añito soportaría el torrente imprevisto de la menstruación, sin poder comentarlo  con nadie, por cuanto también su madre Anajua había muerto de hetica cuando pariera a Toronto Tauro que muriera de malaria en las regiones lóbregas de las Trincheras sembradas de café para enriquecer las ambiciones de Jesús Madrid, ahora contaba con l5 años, y sabia complacer a los hombres con solo sonreírles, acatando los celos e instrucciones del padre que de peón de hacienda con suerte de no se sabe cómo le pondría manos a la casita donde ahora funciona el bar y sin voraz osadía de entregarse por completo en brazos de nadie, por cuanto estaba reservado su castidad para quien la llevara al altar. Contaba con sus compañeras de escuela de su misma edad Azucena y Luisa, quienes conocían a las del Palenque que les gustaba la guachafita Blanca, esbelta y faramallera como Andreína de cuerpo delgaducho, pero de huesos fuertes; Clara de tetas grandes y cara amarga por los sufrimientos que el hambre deja en las facciones del rostro, contrario a Liliana gordita y de anchas nalgas, con quienes prácticamente mantenía una banda de acorazadas fortificaciones repletas de contrariedades como todas mujeres alborotadas, era la dueña absoluta del “Arenal” desde que el padre enfermara en un catre arrinconado de fuertes dolores estomacales con retortijones de agonía sin poder hacer nada, estaba  paralítico, ahora Astrid en sus 15 años era la “señora” de la bodega sin signos vitales de burdel, sino de parrandas nocturnas donde se imponía  severas reglas que los clientes respetarían a como diera lugar, sin recurrir a la violencia ni a la exclusión forzosa,  de lo contrario ninguna de las jóvenes del lugar y sus aledaños bailarían con el que se atreviera a mancillarlas. Los clientes de aquel entonces de campesinos y labriegos pobres y algunos encopetados “cacaos”, con el correr del tiempo fueron sustituyéndose sin llamar a nadie por su nombre de agricultores, hacendados, artesanos, estudiantes y extranjeros huyendo de los conflictos o de su espantosa miseria. Aunque en el tablado se vendiera ron y cerveza, sin permiso municipal con la vista gorda de la policía, que recibía cada semana por debajo de la mesa una buena mascada de billetes que no suenan pero que valen para comprar cualquier cosa. Además de esa pandilla de lindas y atentas mujeres en la edad primaveral para cualquier aventura sin causa, plagada de fragancias, olores, colores diversos, sonrisas frescas, gestos y ademanes cautivadores, cualquiera que entrara al recinto se  sentiría cómodo y satisfecho en el “Arenal”, por cuanto para cualquier hombre en cualquier momento de su vida es fortificante y estimulante por su viril desenlace abrazar por la cintura a una mujer con intenciones que solo los instintos pueden desenmascarar a tiempo, la amplia bodega-bar con largo mostrador de cedro y apamate, relleno de mesas, sillas y bancos, con sus manteles de cuadros y otros colores, con policromías y afiches exhibiendo hermosas y provocadoras mujeres incitando al placer de diversos tamaños y autores desconocidos, semidesnudas, se servía buena comida de toda clase, que mezclados su fragancia aromática por los adobos y condimentos con la fermentación inevitable del licor constituía un fuerte nexo de vínculos y atracción para excitarse hasta con el aroma; el “Arenal” también estaba atendido por dos veteranas sirvientas entradas en años, Xiomara Lesbia Rey de la región de Sorte, pequeña con ojos de víbora, fervorosa cultora de Maria Lionza que tiene la costumbre de levantarse el brazo y meter la nariz en el sobaco  haber si hiede, y Suyin Filiperdo llena de carnes y con anchos glúteos para jugar futbol, ambas mujeres circunspectas, desconfiadas, maliciosas, pero por sacrificio y serviles estaban obligada a ser amables y serviciales que le proporcionaban al ambiente seguridad en todo cuanto se pudiera hacer en un lupanar de provincia. “El Arenal” no es un serrallo con odaliscas como en el Tropicana de la Habana, ni tampoco un harén plagado de huríes menstruadas, pudiendo ser un cántaro de ñustas de diagnóstico rol o un cuévano de ninfas escapadas de los tres ríos que bañan con sus aguas al pueblo. Aquí a la mujer ni con el pétalo de una rosa. Aquí los denuedos del macho cabrío le bailan los cojones no persiguiendo cabras entre las rocas del páramo sino bailando las pelotas entre sonrisas, labios de boca dulce y ojos brillantes de musas que siendo vestales castas, nadie les ha roto aún su recóndito hímen. Atando cabos sueltos del pasado, ambos jóvenes se reencontrarían por casualidad en la bodega de Rosario Espinal que estaba a la salida del pueblo, estando encargada del negocio Astrid por convalecencia del padre, pero ahora ella era la dueña, no ninguna arrimada. Por lo que coincidieron con intenciones similares en que sus sentimientos podrían desembocar en algo importante para ambos. Al poco rato se llenaría el bar de parroquianos, labriegos y algunas muchachas del pueblo hastiadas de tanto aburrimiento en esa soledad rodeada de montes y culebras, que, habían roto por deliberado propósito de la curiosidad con los prejuicios y discriminaciones de géneros, reflejándose en las corrientes turbulentas de su propio desarrollo físico que sus encantos ponían a la vista de todo el mundo, tocándose sin tapujos las caderas y estimulando los senos sin sostén, por ser muy caros; en similares proporciones los adolescentes de siempre abriendo brechas se asomaban inquietos en esos estertores atractivos de  la vida. Todo constituía un sortilegio de ensueños y deliquios. Cada una de las jóvenes,  casi iguales en edad, pero diferentes en carácter y color de piel como del rostro, la nariz y los pómulos faciales como del cabello y las uñas, los pies y la mata de pelos sueltos o cortos, sus labios finos en unas y en otros gruesos por la mezcla inconfundible, tenía cada una su propia historia  que nadie conocía y que ellas no difundían  para evitar repugnancia y recelos o desconfianza  como su modo de caminar y mover sus caderas danzando al ritmo del bolero cantados por Lucho Gatica o  joropos de Juan Vicente Torrealba o congas y rumbas de Miguelito Valdez, pero toreaban entusiasmadas también cualquier sonido guarachas y merengues, pasodobles de los Churumbeles de España y fandangos, tangos de Gardel, cumbias y salsas de Oscar de León; hasta las mexicanas al estilo Pedro Infante o Javier Solís como el rock de Elvis Presley, el jazz de Luis Armstrong, el pop y el rol tan actualizados; nada escapaba al repertorio que mantenía entre sus trencas la rockola como si fuera un panal de abejas, accionando movimiento de las piernas, pies, manos y brazos de estas danzarinas folklóricas del ”Arenal”. Estaban todas de común acuerdo en no dejase arrastrar por el prurito emocional de la pasión que revuelve en una vorágine en espiral todos los instintos en el cántaro del placer, acostumbrarían a los clientes, amigos e invitados y hasta a los asomados desconocidos por curiosos a llegar hasta cierto límite de la admisión, con el lema moral de sus entrañas “distancia y categoría”, o lo que es lo mismo “juntos pero no revueltos” parea disfrutar del momento. Mantenían el criterio unánime de que en el “Arenal” que es su manantial de riquezas y fuente de negocios como la bodega-bar quedaba enterrado para siempre, sin ceremonias, rituales ni velorios, la tristeza, el fastidio, las penas y dolores, los prejuicios, las angustias, los problemas y las preocupaciones de cualquier laya o tamaño que fuera, sin sentimientos espurios e hipócritas ni compasiones diletantes, al diablo con todos esas brujerías provinciales y rústicas, por el mismo camino expulsarían la miseria y el hambre, aunque ninguna de ellas era rica ni de abolengo, su estirpe estaba enraizada en el tronco popular de la gente común, sencillas, humildes y dicharacheras que no anda con cuentos ni pretensiones para disfrutar del momento que le brinda la vida. El  miedo, los fantasmas y espantos quedaban afuera del negocio, por cuanto quien confía en sí  mismo tiene fe de cuanto hace y es leal a su conciencia. Con los “fin flanes” evocando la derrota española en la batalla de Flandes un gesto, una palabra, una mirada de mujer cautiva con la fuerza de su propia sonrisa a cualquier pretendiente. No hay alegría sin mujer. La alegría es la belleza de la verdad que es el oxímoron del anástrofe en justicia que todos buscamos.  Por lo menos, una vez, a la semana,  que por lo general caía el día viernes, todo el ambiente rebosaba de total alegría sin fisuras ni orificios ni huecos para que escapara la dicha encontrada, con fanfarrias, colores, música, bailes, canciones, hasta sainetes y alguna elegía poética en la voz de cualquier osado bienvenido al momento, era la juventud exhalando sus alientos de amor y esperanza al mundo exponiendo en exhibición sus músculos, su coraje, su candor, su ternura, sus encantos y su valentía al lado fragante de su compañera eterna, que es la mujer. Alientos y gritos  canciones y movimientos en acciones diferentes, sin precipitarse en sus desasosiego al abismo del delito. En ese “Arenal”, al menos por un día o dos cuanto máximo se respiraba alegría, que es  aún muy difícil encontrar hasta en los labios de la sonrisa de un niño o en una mujer complacida, por lo que el oxígeno del ambiente es alegría pura del más alto tonaje por estar enterrado a miles de metros de profundidad el odio, los celos, el resquemor y la rabia como fieras indomables que acostumbran mantener en su corral aquellos que no han  madurado la fruta del deseo. En el “Arenal”, florecía el amor como agua bendita en la alfaguara del elíseo de los dioses. Astrid y Javier en su frenesí, por fin, sin buscarlo muy lejos, estaban inmersos en un sueño que solo los espíritus dotados de cualidades inmarcesibles pueden disfrutar, cuando el destino los pone uno frente al otro sin parpadeos ni oscuras miradas ni cachondeos asquerosos. En “Arenal” el que entra por primera vez, regresa después con más ganas que lo convierte en hábito, por haber aprendido a darle al valor el precio que tiene la moneda que carga; los limpios a la cuneta de los zurriagos. Todo en la vida tiene su riesgo y cae en el peligro sino sabe levantarse a tiempo, todo tiene también su precio y el valor que quiera atribuirle quien lo puede disfrutar en la medida de las circunstancias. Astrid lo había planteado muy claro a sus compinches dispuestas a jugarse el todo por el todo “todas nosotras somos jóvenes alegres, sin ser putas como los mal pensados creen”. En el “Arenal”, no era templo de Proserpina, ni de Lías, ni de Mesalinas ni de ninguna hetaira ni tampoco antro de rameras de prostíbulo abundantes en Ámsterdam, Paris, Londres o en los lupanares del Shanghái, Singapur, el Cairo, Tokio, Sídney, La Habana, Bogota, Mexico, Madrid, Caracas, Buenos Aires o Las Vegas. Tanto Azucena y Luisa como Liliana, completarían sus pensamientos, como Clara, Blanca y Andreina le habían sostenido, afirmando sus principio a Camilo que venía de haber combatido contra las huestes de mercenarios y soldados del gobierno títere de adecos y copeyanos en la sierra de las faldas del Turimiquiri hecho un desastre y sin un centavo en el bolsillo, con su barba y mostachos abundantes pareciéndose a Cristo descendiendo crucificado del Gólgota a quien Chicho niguatero, conuquero de nacimiento, le llevaba carnes de matacán muerto por chopo casero y también costillas de cabras montaraces para que dejaran de comer sancochos de macaurel cruzado con araguato, le reafirmarían las muchachas dispuesta a jugarse el todo por el todo “ quien tenga ojos que vea y quien quiera mirar que mire con ojos de iguana trepando algarrobo”. Indudablemente que al “Arenal” tan pronto pisaba el dintel se sentía en la piel corriendo por la sangre “calor de amistad fraternal y confianza sin remilgos”. En el “Arenal” el placer corre como agua fresca de manantial  y dulce como la miel sin dejar ronchas a nadie.
  Cada quien, sin importar de donde venga ni de qué lugar sea o a qué nivel social o clase provenga, vale tanto como todos los demás tenga dinero y se comporte a la altura de su posición de joven, los demás edad saben cómo cose el sastre, por lo que saben cómo corta un cuchillo y pican las garrapatas de una celda. Aquí en el “Arenal” se acabaron los conflictos y lamentos, las quejas y achaques, los dolores y lágrimas, quien llore será de alegría, pero nadie expondrá sus ojos a que broten lágrimas de tristeza, sino de amor y paz. No son parábolas de ninguna religión conocida o por conocer, por cuánto estos principios los mantiene el hombre y la mujer cuando llevan alegría en su cuerpo estrechamente unido a su alma. La sonrisa, hija de la carcajada es el pasaporte a la felicidad; ningún afortunado es más que otro cuando le toca la dicha. Aquí en el “Arenal” nunca habrán riñas ni peleas por trivialidades ni ofensas por arrebatos pasionales como tampoco borrachos ni ebrios por contumacia, a quien se les cerraría para siempre las puertas del negocio. Aquí no hay ricos ni pobres, el dinero vale tanto cuanto gastes y tiene el mismo valor que en el bolsillo de quien lo tenga, el rey es  la alegría.  Cada quien se divierta y contenta conforme a lo que quiere encontrar. Cada una de nosotras y todas en conjunto nos identificamos con alegría por cuanto hacemos para vivir con amor.
   La alegría es la sinfonía en la orden del día. La alegría se encuentra cuando el cuerpo y el alma  permanecen unidos, pero por cualquier causa imprevista podría desprenderse uno del otro, rompiendo la armonía entre el hombre y la mujer lo cubriría una sombra de terror o lenguas de fuego de la desgracia, cundiendo la tristeza, destruyendo la alegría para siempre. Si hay alegría el amor conjuga las energias del cuerpo con el alma en una sola unidad de paz.Toda pareja requiere ser muy cauta y prudente para lograr que nunca falte alegría en su vida. A vivir nos llaman. Javier y Astrid terminarían sus últimos días acostumbrados atender con sus ocho hijas, que llamarían Sandra, Ofelia, Petrica, Olga, Patricia, Romelia, Mirían y Carlota, quienes ya mayores en el “Arenal” con algunos cambios actualizados, continuarían con el negocio, sosteniendo con orgullo “el futuro es nuestro, ja, ja, ja, ja, a gozar nos llama la vida”, cualquier que entre encontrará un poema como un monumento de un canto de amor y esperanza para los que “nos sustituirán en un por venir ya cercano”, comprendiendo que los “signos débiles en el hombre y la mujer aquí los fortalece la alegría de vivir por amor para amar”. La pareja tuvieron un solo varón que llamaron Rosario como el abuelo que resultaría aplastado por una gandola cargada de ganado al atravesar la calle recién asfaltada en 1963.-FIN





               

3 comentarios:

  1. maravilloso relato fresco como agua de manantial que los ojos se deslizan como si fuera música celeste envuelta en neblinas de viento

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  2. se escribe con placer pàra hacer literatura como se hace el amor para disfrutar de la vida

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  3. maravillosos escritos con una literatura y lenguaje nuevo y actualizado, que asegura muchos siglos para que los cuentos, novelas, dramas y comedias continuen deleitando al ser humano pese a la tecnologia y cibernética que nunca podrá sustituirla, por cuanto lo fundamental es la imaginación del hombre que nadie la puede reemplazar

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